Estoy leyendo estos días Anatomía del miedo, un libro muy revelador firmado por el filósofo español José Antonio Marina, quien actúa de cicerone en esta incursión al país del miedo. Ayer por la noche me topé inesperadamente con la siguiente frase de gran relación con el arte de presentar:
«La gente siente más molestias e incluso tose más cuando se está aburriendo, cosa que a mi juicio podría utilizarse para calibrar el índice de interés de una conferencia.»
– José Antonio Marina, «Anatomía del miedo»
Hay quien habla delante del público como si éste no existiera. Tan pagados de sí mismos, igual les daría hablar ante un auditorio vacío. ¡El público existe! Y está ahí por una importante razón: recibir un mensaje de labios del ponente. Un mensaje que informe, que inspire, que tranquilice, según el propósito, pero siempre un mensaje esperado y que debe comunicársele de viva voz. La forma más eficaz de comunicación es cara a cara. ¿Cómo saber si estamos comunicando adecuadamente, si nuestro mensaje está llegando a la audiencia?
Los rostros de la audiencia constituyen el barómetro de su interés, comprensión y aburrimiento
Por este motivo, no se puede hablar sin considerar la reacción del público. Eso está bien para vídeos enlatados, no para presentaciones en vivo. No sólo debemos ajustar nuestro discurso a la audiencia antes de la presentación, sino también durante la misma. En lugar de mirar a la audiencia como si fuera una masa informe, intente establecer un contacto visual individual con cada persona. Así conseguirá involucrar en la charla a cada asistente. Y si la audiencia está formada por cientos de personas, concéntrese en las primeras filas.
Mirando a la cara de los presentes podemos percibir si nos están siguiendo, si se han perdido, si la charla les interesa o si les aburre. Tener en cuenta la reacción de la audiencia mientras se está haciendo la presentación nos permitirá reajustar el lenguaje y explicar en mayor o menor detalle conceptos y gráficos. Podemos incluso llevar transparencias de refuerzo que mostraremos sólo si consideramos necesario explicar puntos mal comprendidos.
Una presentación es un diálogo con la audiencia y no podemos dejarla de lado. Aprender a leer el barómetro de sus rostros y reajustar el discurso en consonancia constituye una habilidad suprema del arte de presentar.
En próximas entradas trataré en más profundidad cómo mirar a la audiencia e iré discutiendo diversas estrategias que nos ayuden a controlar el miedo a hablar en público.
G.
Entiendo lo importante que es mirar a la audiencia, pero a mí me da pánico sentir la mirada de la audiencia clavada en mí. Por eso prefiero evitar mirarles a los ojos. ¿Cómo se puede vecer ese temor? No sé si puede hacerse algo. Agredecería que si puedes nos dieras consejos sobre este tema.
Sin dunda es fundamental el contacto visual. La cara de los oyentes te dice, bastante a menudo, si no ha quedado claro lo que has expresado o si les ha llegado eficazmente. En mis conferencias suelo elegir las dos o tres personas cuyo lenguaje facial y corporal me parece más expresivo, y las uso como «medidoras» del grado de aceptación que tienen mis palabras. Hay quien, con sus muecas, parece gritarte: «¡¿Pero de qué estas hablando?!»; y otras que, claramente, expresan algo así como: «Estoy totalmente de acuerdo con eso».
Cuántas veces no he asistido a conferencias en las que el ponente es incapaz de mirar al público.; incluso profesores que no miran a los alumnos y empatizan con ellos. En todas las ocasiones me daba la sensación de que oel ponente /profesr no se creía lo que me estaba contando, y por eso no miraba al público. Con lo cual ¿Cómo iba a creerle yo? Me parece fundamental ese contacto visual para que lleguemos a «creer» sus palabras.