En la entrada anterior abordamos el desafío planteado por el miedo a hablar en público. Vimos el catálogo de respuestas corporales suscitadas por el miedo, pero quedó sin responder el interrogante más acuciante: ¿a qué le tememos cuando hablamos en público?

Cartografía racionalizada de miedos al discurso

Consideremos la siguiente cartografía para orientarnos por la irracional geografía de los miedos al discurso. A cada oscura región de este subterráneo país le opondremos unas razones que disipen sus tinieblas.

1. Hacer el ridículo

Se trata del miedo más imponente, el atávico sentido del ridículo tan español, tan nuestro. Tememos hacerlo tan mal que toda la audiencia se reirá de nosotros. Racionalización: Nadie se va a reír por muy mal que lo hagamos. El público simpatiza con el orador y observa con benevolencia sus errores. Si lo hace mal, el público se compadece, sufre, pero no se ríe. El público está de nuestra parte. Quiere que lo hagamos bien.

Hacer el ridiculo

2. Quedarnos en blanco

Cuando el miedo se convierte en pánico, los nervios pueden bloquear nuestra mente. No sabemos qué decir, no podemos pensar, no encontramos palabras. Estamos paralizados. Racionalización: Claro que podemos quedarnos en blanco. Aceptémoslo y preparémonos para la eventualidad. Contamos con numerosas ayudas: podemos llevar el texto del discurso por escrito y leerlo si perdemos el hilo; podemos utilizar notas que nos indiquen qué idea viene a continuación; podemos usar transparencias para saber en todo momento dónde estamos y qué decir. Prepárate para los apagones mentales, y verás que paradójicamente suceden con menor frecuencia.

Quedarnos en blanco

3. No estar a la altura

Hay gente que habla tan bien… ¿Cómo vamos a igualar a Fulano o Mengano? ¿Y si nos toca hablar después de Zutano, magnífico orador? ¿Y si mis jefes consideran que he estado mal y me despiden? ¿Y si se pierde el proyecto por mi culpa? Racionalización: Salvo que seamos oradores o comunicadores profesionales, nuestra misión no consiste en deslumbrar con nuestra oratoria, sino en comunicar con claridad nuestro mensaje. Nadie nos juzgará por una habilidad que no se supone deberíamos tener. Después de todo, como decía Mark Twain: «No te preocupes, tampoco esperan demasiado».

No estar a la altura

4. No saber responder

Tememos que nos hagan preguntas tan difíciles que nos pongan en evidencia delante de todos. Tememos no saberlo todo, pensamos que deberíamos saber más que nadie en la sala. Racionalización: Ni lo sabemos todo sobre todo ni nadie en la audiencia espera que así sea. Podemos admitir abiertamente: «No lo sé». Nuestro papel como conferenciantes no consiste en saber más que nadie, sino en comunicar bien lo que sabemos. El público valora más la buena comunicación que el conocimiento enciclopédico.

No saber responder

5. Cometer errores

Aunque errar es humano, no nos permitimos ni un desliz, ni una palabra mal pronunciada, ni una muletilla. Somos tan críticos con nosotros mismos que la perfección nos parece poca cosa. Nos obsesiona la posibilidad de cometer un error, por nimio que sea. Racionalización: No existe la presentación perfecta. Nuestro objetivo fundamental debe ser comunicar una idea. ¿Qué importancia tienen pequeños errores y fallos si hemos conseguido conectar con la audiencia? El público los perdona con benevolencia.

Cometer errores

6. Aburrir al personal

No creemos que vayamos a interesar a la audiencia: «seguro que se aburren», «seguro que se duermen», «seguro que se levantan y se van». Racionalización: Conectar con la audiencia y mantener su interés es fundamental. Sin embargo, que quede claro que resulta absolutamente imposible alcanzar este objetivo con todos los asistentes durante toda la intervención. No podemos controlar las reacciones de la audiencia. Éste se aburre porque se equivocó de sesión y le da vergüenza levantarse. Ése se duerme porque el bebé no le permitió pegar ojo la noche anterior. Aquél sale corriendo de la sala porque tiene que atender una urgencia. Tendemos a pensar lo peor. Fijémonos en la reacción general de la audiencia, no en casos individuales.

Aburrir al personal

7. Sentir nervios

Estamos seguros de que nos pondremos nerviosos. De hecho, aún no nos ha tocado el turno de hablar y ya nos late el corazón aceleradamente y nos sudan las manos. Racionalización: Como ya se dijo en la entrada anterior, sentir algo de miedo es normal. Todos los oradores experimentan nervios cuando suben al estrado. Forma parte natural del arte de presentar. No es el fin del mundo. Si aprendemos a controlarlos, no sólo no nos impedirán hablar sino que nos aportarán los reflejos necesarios para maniobrar con prontitud ante las reacciones cambiantes de la audiencia.

Sentir nervios

El miedo es irracional y no se combate con razones. En próximas entradas estudiaremos estrategias para afrontar el miedo antes de una presentación.

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- Pánico en el estrado (I): catálogo de reacciones ante al miedo

¿Existe algún otro miedo, no incluido en esta breve cartografía, que hayas experimentado alguna vez al hablar en público? ¿Conoces soluciones infalibles para estos miedos? Comparte tus experiencias con el resto de lectores mediante un comentario.