Escuché contar en cierta ocasión la siguiente anécdota, posiblemente apócrifa:
Azafata (dirigiéndose al famoso boxeador Muhammad Ali): “Señor, ¿le importaría abrocharse el cinturón?”
Ali: “¡Soy supermán! ¡Supermán no necesita cinturón!”
Azafata: “¡Supermán no necesita avión!”
Cuando usas metáforas, corres el riesgo de que se vuelvan contra ti, como le pasó al boxeador Ali con su metáfora de supermán. Este tipo de situaciones son muy frecuentes y pueden meterte en una buena encerrona.
Leí en el blog de Francisco Alcaide la siguiente anécdota:
Un amigo del escritor Eduardo Galeano estaba impartiendo una conferencia en una universidad norteamericana, cuando terminada la exposición, un alumno le preguntó qué era la utopía. El amigo de Galeano lo explicó con una metáfora:
“La utopía es como el horizonte, uno se acerca diez metros y él se aleja diez metros; avanzamos otros cien metros y él se aleja otros cien metros; volvemos a caminar mil metros y el horizonte siempre está a la misma distancia…”.
Uno de los alumnos, con el sentido pragmático que caracteriza a los norteamericanos, le dijo:
“Pero, entonces, la utopía no sirve para nada”.
Y el amigo de Galeano cerró la metáfora:
“¿Cómo no? Sirve para caminar”.
Las metáforas constituyen un potente argumento emocional, capaces de avivar los sentimientos más básicos del auditorio. Si las usas, no se podrán contrarrestar en el terreno de la lógica, sino en el emocional. Tu metáfora puede hacer demoledor a tu argumento o puede que alguien la vuelva contra ti y te lo demuela con ella. Mide bien por tanto hasta qué punto basas el peso de tu argumentación en una metáfora.
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¿Alguna vez has usado metáforas en tus presentaciones? ¿De qué manera? ¿Con qué efecto?
Podría acabar así:
Azafata: “¡Supermán no necesita avión!”
Ali: “Pero el avión podría necesitar a Supermán»
Un pequeño duelo de ingenio dentro de una metáfora aviva el tono de una presentación, pero requiere cintura y acaba alejando la conversación del tema.
Excelente post
Contando con grandes dosis de ingenio, podría esquivarse el bumerán que retorna y arrojarlo nuevamente con más fuerza. Eso sí, la cintura requerida es inmensa. Y como dices, al final se termina olvidando el tema central y se degenera en un duelo dialéctico que no estoy seguro aporte nada más allá de demostrar quién es el más inteligente, quién tiene la última palabra ingeniosa.
Vaya que la primer metáfora fue toda una obra de arte por parte de la azafata, más allá de si fue o no verídica, pues enseña todo el poder que unas palabras bien pensadas y expresadas con rapidez pueden significar.
Sin embargo, aunque pueda parecer sencillo hay que tener mucho tacto para abordar buenas metáforas pues como bien explicas, podrían volverse en tu contra.
Gonzalo, la primera anécdota es excelente… ¡qué buena!… Personalmente, creo que las metáforas son un recurso genial, que no hay que abusar de él por su alta carga emocional, pero que tienen un gran impacto en el público… Pensaré lo que se puede volver en tu contra… Salu2.
Coincido en que las metáforas constituyen un recurso genial… no exento de peligros. Si dices: «Mi jefe me exprime hasta la última gota como si yo fuera una vaca lechera», podría tu jefe responderte: «Si fueras una vaca vivirías en un establo, y no en el chalet que te compraste en la Moraleja con las bonificaciones que te pagué». Y así sucesivamente.
Dado que las metáforas trascienden el plano racional, pueden interpretarse de muchas maneras, y estirarse más allá de la intención original del autor.
Mejor no usar metáforas para golpear con ellas al interlocutor, no sea que las recoja y nos golpee con ellas mismas con fuerza redoblada.