Esta entrada ha sido amablemente escrita por Xavier Pirla Llorens, Licensed Master Trainer de PNL (Programación NeuroLingüística), director de Talent Institut y autor de El Arte de Conseguir Lo Imposible.
¿Qué hace que nos bloqueamos al hablar en público? ¿Por qué el número de ensayos no ayudan a minimizar los nervios? ¿Por qué alguien que se lo ha preparado menos consigue mejores resultados en una exposición?
Todas estas preguntas pueden tener varias respuestas pero una de las principales explicaciones del porqué personas que parecen absolutamente capaces de transmitir sus ideas acaban haciendo cualquier otra cosa menos lo anterior, es el juego interior que se produce en su mente.
En PNL (Programación Neuro Lingüística) se habla de la relación tan estrecha que existe entre el modo en que pensamos, el modo en que sentimos y finalmente, como hacemos lo que hacemos. En pocos casos es tan evidentemente esa relación como en el hablar en público.
Una persona altamente capacitada para exponer puede quedar literalmente anulada debido a un conjunto de emociones que lo secuestran y le impiden sacar su pleno potencial.
Durante años, he entrenado a centenares de personas por todo el mundo en el arte de transmitir un mensaje y muy a menudo, el principal problema tiene que ver con las emociones y no tanto con la propia entrega de ese mensaje.
Mi amigo, experto en carisma y Master Trainer en PNL, Owen Fitzpatrick habla de los 3 miedos principales que hacen que las personas se aparten de esa zona confortable donde las palabras fluyen, el mensaje es claro, profundo y potente, al tiempo que se transmite una imagen de seguridad y autoridad:
- Miedo al ridículo.
- Miedo al fracaso.
- Miedo al rechazo.
1 Miedo al ridículo
Como vamos a ver con los otros dos, el miedo al ridículo suele aparecer a una temprana edad y tiene que ver con esa tendencia de los niños a reírse de lo que les pasa a los demás. Esa primera vez que te equivocaste y los niños de tu clase (y hasta quizás el profesor) se rieron de ti, generó en ti un aprendizaje probablemente reforzado con años de situaciones parecidas donde asociaste el exponerte públicamente con una sensación de ridículo.
Muchas veces ese ridículo se conecta con lo que creemos que somos y por lo tanto, con nuestras autoestima. Dicho de otro modo: lo que piensan los demás sobre mí es lo que yo soy, y por lo tanto, si se ríen de mí es porque realmente no soy, o soy menos de lo que pensaba.
Una de las principales funciones de un curso de hablar en público debería ser enseñar a sus alumnos o participantes a desconectar lo que los otros piensan de él de lo que él es realmente. Porque habitualmente se crea una dinámica perversa y es que cuando más nos enfocamos en la percepción que están teniendo de mí los demás, menos naturales nos comportamos con lo que más transmitimos esa imagen que no queremos transmitir.
Uno de mis mayores aprendizajes en los años que llevo hablando en público, es que cuanto más te ríes de ti de forma controlada y menos importancia le das a tus errores (sin esconderlos), más respeto te ganas de los demás y más proximidad proyectas. Todo lo contrario del típico perfil que intenta ser “Don Perfecto” cuando sale al escenario y que precisamente es lo que lo deshumaniza.
2 Miedo al rechazo
Conectado con el anterior de algún modo, y muy habitual también entre las personas. Se trata de la percepción de no ser lo suficientemente bueno para los que están delante y por lo tanto, la imagen que están proyectando al exponer, puede llegar a condicionar el resto de sus vidas.
Si bien es cierto que la imagen que se proyecta en ese momento es muy importante, hay algunas personas que se olvidan que esa imagen ni empieza ni termina con la conferencia o exposición sino que lo hace en el momento que empiezas a interactuar (al entrar en la sala o al hablar con los asistentes) y en el momento que ya dejas de hacerlo (has dejado la sala o te has despedido de los organizadores).
Hay un gran miedo entre profesionales de pensar que puede haber alguien entre el público que sepa más que él y que no pueda ser capaz de hacer frente a una pregunta o cuestionamiento y por lo tanto, ganarse la enemistad del público o la consideración pública en forma de rechazo.
Desde mi opinión, de nuevo tiene que ver con autoestima y con la habilidad de los seres humanos de creer que sabemos lo que los demás piensan. Es muy habitual que los ponentes se pasen la mayor parte del tiempo “escaneando” su público en busca de muestras de acuerdo o desacuerdo, en vez de aceptar deportivamente que pueden no saberlo todo, no gustarle a todo el mundo y por supuesto equivocarse, y que no por ello deban perder la credibilidad delante de su público. Al contrario, es una magnífica oportunidad para reconocer a la persona que ha intervenido y convertirla en un aliado para el resto de la charla o conferencia.
3 Miedo al fracaso
Seguramente el miedo más extendido entre las personas y que seguramente vuelve a generarse en nuestra infancia debido a que es muchas veces un marco cultural. Crecemos desde la penalización del error. El error es algo malo que sólo habla de lo que somos y por lo tanto, algo a esconder o de lo que sentirse avergonzado.
En nuestra cultura el error genera perdedores en vez de ser uno de los indicadores de los que arriesgan y salen de su zona de seguridad. Solemos ver al que se equivoca como alguien no válido (y a veces así es) pero muchas veces penalizamos a aquellos que arriesgan.
Equivocarse en una exposición no tiene nada de malo (yo mismo lo hago muchas veces), para mí el principal problema es magnificarlo. Nuestro público está atento a los detalles mucho menos de lo que nos pensamos y olvida mucho más rápido que nosotros, por lo que cada error si no es magnificado o subrayado suele olvidarse con bastante rapidez.
El problema surge cuando nos generamos expectativas de nuestra exposición que (casi ineludiblemente) no encajan con lo que pasa y eso nos hace sentir mal, con lo que tendemos a sobrecompensar. Ante los errores lo mejor es ignorarlos y seguir adelante o rectificar (mejor con una sonrisa en la cara y una broma inteligente y rápida) brevemente y seguir. Si el error no ha sido grave pronto desaparecerá de la mente de los oyentes.
Hay muchísimo más de lo que se podría hablar del juego mental que se produce delante de un público, pero el creador de la PNL, Richard Bandler, lo resume así: “céntrate en tu público y no en lo que te pasa a ti, y siempre llega sabiendo de lo que hablas”. El resto, es sólo un proceso natural donde los errores, el rechazo y a veces el ridículo son parte del espectáculo y pueden ser utilizados para crear una exposición memorable.
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DIÁLOGO ABIERTO
¿Cómo has superado en tus presentaciones el miedo al ridículo, al fracaso y al rechazo?
Me has ayudado a entender un poco mas, la idea como controlar el miedo al hablar en publico, lo has enfocado de manera adecuada, por lo que lo tendré presente.
Gracias por tu aporte!!!
Saludos de Perú
Carlos Brizuela
Gracias por este artículo Xavier. Estoy totalmente de acuerdo en lo que dices. Yo, personalmente, suelo empezar un poco tensa y conforme va avanzando la ponencia empiezo a sentirme más relajada con lo empiezo también a disfrutar verdaderamente. Sé cuando he llegado a este punto, no solo porque me encuentro más serena, sino también porque es el momento en que ya puedo conectar con el público incluso ver su reacción, si están escuchando, si están aburridos o si están disfrutando conmigo.
Gracias por esta entrada, Xavier (y Gonzalo). El miedo a hacerlo mal, a quedar mal, a cometer un error nos impide lanzarnos a hacer muchas cosas. Con frecuencia se nos olvida que, cuando hablamos en público, normalmente sabemos más del tema en cuestión que quienes nos escuchan… Equivocarnos o perder el hilo y continuar con otra cosa nos puede parecer (como ponentes) una catástrofe, pero en la mayoría de los casos, nadie se entera.
No generalices, Sebastián. Hay por ahí cada lanzado …cada ignorante pontificando.. ¡Quizás que perdieron la noción del ridículo!
El miedo es bueno y necesario si sabes controlarlo. Te provee de la adrenalina que te hace brillar. Los encuentros sin miedo se vuelven insulsos.
Es más, todos tenemos – en mayor o menor medida – discapacidades, ya que de otra forma seríamos perfectos. Lo importante es tratar de identificarlas y aprender a vivir con ellas.
Mucho ego en tus palabras Antonio. Tus aportes son auténticos disfraces de argumentos que no buscan ayudar a nadie, sino solo buscan realzar tu egocentrismo.
Adicionalmente, Richard y John no están aqui para defenderse, por lo que no es ético que ataques a quien no puede defenderse.
Como no puedo editar la entrada, quiero manifestar mi profundo respeto y apoyo a todos los discapacitados, muchos de los cuales son mås capaces que quienes no tienen esa condición.
A propósito, ¿alguien ha conseguido entender algo de los dos pseudocientíficos Richard Bandler y John Grinder, los creadores de la PNL?
Cuando yo lo intenté agarré tremedo complejo de «discapacitado psíquico», por hablar finamente.
Hace más de treinta años cayó en mis manos el libro de Dorothy Sarnoff, «Never be nervous again» que, junto con el de Dale Carnegie constituyen los dos clásicos en donde han bebido millones de oradores de éxito. Quiero añadir también un adagio que pongo en inglés para que no pierda sentido: «POWER CORRUPTS BUT POWERPOINT CORRUPTS ABSOLUTELY». Lo usé en tres presentaciones y me sobraron dos.
Muy buen artículo, Xavier
Siempre he pensado que estar demasiado pendientes de nuestro lenguaje corporal y de las muletillas durante nuestras presentaciones van en detrimento de la naturalidad.
Y si tengo que escoger, prefiero ser natural que tener una dicción perfecta y un lenguaje corporal sublime. Al fin y al cabo, como bien dices, el público puede tolerar que alguien suelte un «Vale» de vez en cuando, pero difícilmente pasará por alto que el ponente se vea forzado.
Saludos,
Roger
Me encantan siguiendo este hilo las palabras de Jason Fried y David Heinemeier, autores de ReWork: Change the Way You Work Forever, quienes lo explican muy bien:
«No temas mostrar tus fallos. Las imperfecciones son reales y la gente responde a lo real. Por eso nos gustan las flores que se marchitan, no las perfectas de plástico que nunca cambian. No te preocupes por cómo se supone que debes sonar o cómo se supone que debes actuar. Muéstrate al mundo como eres realmente, con todas tus imperfecciones.»
Buen libro, con excelentes ideas, pero débilmente argumentadas y no aplicables de forma generalizada. Por su precio merece la pena, pero necesitaría ¡ser reescrito! Está también en formato ebook.