¿Cómo es posible que siga habiendo tantos ponentes y conferenciantes aburridos cuando aprender a ser un comunicador ameno y eficaz nunca ha sido más fácil que ahora? El conocimiento que uno necesita adquirir está «ahí fuera», en Internet, disponible en forma de vídeos o de artículos para cualquiera que demuestre un mínimo de interés. Esto demuestra lo de siempre: la clave no está en poseer la información, sino en hacer algo con ella.

Dicho lo anterior, hoy quiero plantearte una idea que lleva un tiempo rondándome la cabeza. Preguntándome cómo es posible que tantas personas que hablan con frecuencia ante público no consigan más que «aburrir a las ovejas», se me ocurrió esta explicación que quizá te sorprenda. Apuesto a que no te lo esperas. Tengo la impresión de que parte de la culpa la tiene la costumbre de portarse amablemente con el prójimo y eludir decirle la verdad para no hacerle daño. Esta muestra de urbanidad —tan corriente y adecuada para la vida en sociedad, por otra parte— es responsable de que tantos conferenciantes se sientan satisfechos con sus presentaciones y consigo mismos cuando en realidad un poco de crítica constructiva los ayudaría a mejorar notablemente.

Cuando aburres a tu público, lo notas

Durante una presentación aburrida, creo que el orador es el primero que se da cuenta de que no logra conectar con su audiencia y de que «la cosa no fluye». Eso es algo que uno nota en el ambiente de sopor y pasividad general, en las caras inexpresivas de sus espectadores, y en sus miradas, normalmente clavadas al teléfono móvil o a la pantalla del ordenador portátil; y diría que hasta es posible sentirlo físicamente. Te aseguro que esa clase de desconexión que llega a generar aburrimiento en la audiencia produce en el orador unas sensaciones muy claras que, a mi juicio, sólo alguien que hablase ensimismado, absorto en sí mismo, sería incapaz de sentir.

A menudo mentimos por cortesía cuando una crítica constructiva sería lo adecuado

El problema radica en que, pese a que nuestra presentación haya resultado aburrida, lo normal es que los organizadores del acto y algunos miembros de la audiencia muestren respeto y educación acercándose al ponente para darle las gracias y felicitarlo por su buen trabajo. ¿Acaso alguna vez un conferenciante habitual te ha confesado que una de sus presentaciones haya sido un fracaso? No, ¿verdad? Siempre te dirán que fue un éxito y que todos quedaron encantados. ¿Dónde están, entonces, esos conferenciantes aburridos que todos conocemos? Más que «¿dónde están?» la pregunta debería ser «¿cómo están?»: engañados, por amabilidad y cortesía, respecto al impacto real de sus presentaciones. Reconozco que afirmarlo puede resultar impertinente y que no es más que una conjetura que someto a tu opinión.

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DIÁLOGO ABIERTO

¿Y tú qué piensas? ¿Acaso las muestras de educación de los organizadores y de las audiencias impiden que los oradores aburridos se enfrenten a la evidencia de que su estilo no funciona?

[Créditos: Imagen de cabecera diseñada  para este artículo con elementos de Shutterstock]