«¿Saben los españoles hablar en público?», me preguntó hace poco un periodista. «No lo sé, no los conozco a todos», respondí parafraseando la contestación de Churchill cuando le preguntaron qué opinión le merecían los franceses. En esta cuestión, como en tantas otras, generalizar sirve de poco.

¿El «carácter español» nos hace mejores oradores?

Algunos españoles, por su carácter, se sienten a gusto delante de cualquier público y se expresan con soltura y simpatía; otros son tímidos y lo pasan fatal; otros, a fuerza de hacerlo una y otra vez, acaban perdiendo el miedo a expresarse delante de una audiencia, pero muy a menudo a costa de cristalizar defectos y muletillas. Es cierto que en la sociedad española las relaciones personales tienden a ser bastante relajadas, y así lo refleja la comunicación espontánea en muchas circunstancias, pero cada persona en su ámbito particular de comunicación es un caso único. Dicho lo cual, ¿existe un fallo que la mayoría tienda a cometer? A mi juicio, ese sería no prepararse adecuadamente.

Un fallo general: la preparación insuficiente

Mi impresión es que en España seguimos confiando demasiado en el desparpajo y el «salero», así como en la complicidad que esperamos encontrar en nuestro público, al que solemos prejuzgar como indulgente o poco exigente. A partir de tales premisas, cualquier cosa se da por buena. (Inciso: opino que esto explica también la bajísima calidad artística de tantos presuntos actores y cantantes que se ven aupados al éxito pasajero en virtud de la falta generalizada de criterio por parte del público, pero eso es harina de otro costal y asunto para otra discusión, así que regreso a mi reflexión original). Nunca debemos presentarnos ante un público sin haber ensayado a conciencia lo que vamos a contar y cómo lo vamos a exponer, y quien no lo haga así protagonizará casi con toda seguridad una mala presentación salvo que haya sido favorecido en su nacimiento con los dones de la palabra y el carisma.

¿Qué hace falta para que mejore la oratoria en España?

Precisamente por esa fe tan extendida en el valor de la espontaneidad (léase improvisación) y en la amabilidad de los públicos, es habitual pensar que no es necesario aprender a hablar en público, pues es algo que cualquiera puede llegar a hacer bien casi sin esfuerzo merced a la simpatía propia del español y a la sola inercia de la práctica. Insisto: conceder que existen quienes son buenos oradores por su carácter y personalidad naturales no invalida el hecho de que el resto tengamos que aprender a hacerlo bien. La buena oratoria no es en eso distinta de cualquier otra actividad. Pensemos en la cocina, por ejemplo. Hace treinta años en España cocinaban las amas de casa y poco más. Hoy, sin embargo, gracias a los programas televisivos, a tantos libros como se han publicado sobre la materia, y a todos los vídeos que se difunden en Internet, la mayoría hemos entendido que merece la pena formarse y practicar porque la comida no sabe igual cocinada de cualquier manera que cuando uno sigue los pasos de la receta y la ensaya. Para que los españoles hablen mejor en público hace falta un esfuerzo similar de concienciación que eduque a los oradores en la necesidad de ofrecer buenas charlas y a las audiencias en el derecho a esperarlas. En conclusión: lo que le falta a la oratoria en España es su propio Karlos Arguiñano.

[Aprende los secretos de los comunicadores de éxito en nuestros próximos cursos de Creación y Exposición. Inscríbete ya y aprovecha nuestro Pack de Descuento.]

DIÁLOGO ABIERTO

¿Qué crees que hace falta para que los españoles comuniquen mejor en público?

[Créditos: Imagen de cabecera diseñada  para este artículo con elementos de Ingimage ]