Este verano me encontré con la siguiente historia fascinante durante la lectura del libro Ikigai de Sebastian Marshall:

Al iniciar las clases, el profesor de cerámica anunció que dividiría la clase en dos grupos. Todos los del lado izquierdo del estudio, dijo, serán evaluados solamente por la cantidad de trabajo que produzcan, y todos los de la derecha solamente por la calidad de su trabajo. La evaluación sería un proceso muy simple: al final de la clase llevaría una balanza de baño y pesaría el trabajo del grupo «cantidad»: cincuenta libras de vasijas para una «A», cuarenta libras para una «B» y así sucesivamente. Aquellos del grupo «calidad», por otra parte, sólo necesitaban producir una vasija, aunque tenía que ser una vasija perfecta, para obtener una «A».

Bien, llegó el tiempo de la graduación y un hecho curioso ocurrió: el trabajo de mayor calidad fue producido por el grupo que era evaluado por la cantidad. Parecía que el grupo «cantidad» estaba ocupado acumulando pilas de trabajo, y aprendiendo de sus errores, mientras que el grupo de la calidad permanecía sentado, teorizando sobre la perfección, y al final tenía poco que mostrar de sus esfuerzos aparte de grandiosas teorías y una pila de arcilla muerta.

No busques la perfección, busca la mejora continua. El experto no nace, se hace.

Si en cada presentación o trabajo te esfuerzas por alcanzar la perfección, nunca lo conseguirás y además te frustrarás en el camino. Siempre podrías haber añadido un dato más, contado otra historia o pulido una diapositiva.

¡Huye del perfeccionismo! En primer lugar, no existe la «presentación perfecta». Y en segundo lugar, lo peor que puedes hacer es intentar crear una presentación perfecta, porque entonces estarás más pendiente de no cometer errores que de conectar con la audiencia, te preocuparás más por lo bien que lo haces que por las necesidades de la audiencia, tu foco se centrará más en ti que en ella. ¡Abres la puerta a Miedusa!

No busques la perfección en todo lo que haces. Confórmate con aportar el valor necesario en cada situación. Pide feedback siempre. No hagas una sola presentación sin recibir comentarios constructivos de tu audiencia. En el proceso, con cada nueva presentación, aprenderás de los errores y de las omisiones. Incorpora esos aprendizajes a tu próxima presentación y notarás el progreso. La falta de talento suele ser la justificación para la pereza.

No busques hacer presentaciones perfectas, busca ser útil. No te hagas el interesante, interésate por la audiencia. No le digas a la audiencia: «siéntate y escucha», siéntate tú primero a escuchar de sus propios labios cómo puedes ayudarla.

Si quieres ser bueno el algo, entonces deja de teorizar y hazlo, aprendiendo de tus errores.

ikigai

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DIÁLOGO ABIERTO

¿Cuántas presentaciones haces a la semana? ¿Qué criterio sigues para mejorarlas?

[Créditos: Imagen de cabecera diseñada  para este artículo con elementos de freepik]