Recientemente impartí una conferencia en la que expliqué algunos de los aspectos principales del método de El Arte de Presentar. El público pareció quedar muy satisfecho. Como es habitual, algunas personas me agradecieron personalmente. Hasta ahí, todo normal. Lo interesante sucedió después, durante el convite que sirvió la organización.
En un ambiente mucho más espontáneo y relajado, algunos participantes opinaron así sobre el contenido de la conferencia (las palabras son mías, pero creo que recogen fielmente el sentido de los comentarios): «La conferencia está muy bien. La verdad es que lo que dices son obviedades que hemos escuchado antes mil veces, pero nunca las ponemos en práctica». No es la primera vez que escucho esta clase de afirmación, cándida y siempre bienintencionada.
El adjetivo «obvio» significa «muy claro o que no tiene dificultad». Que algo sea obvio, por tanto, no debe llevarnos a pensar que sea una simpleza o, peor aún, una perogrullada.
Sí, los principios para hablar en público son fáciles de entender.
Sí, las técnicas retóricas y prosódicas para mantener la atención del público son antiquísimas y se llegan a dominar con práctica y ensayo.
Sí, en el ámbito de la oratoria tampoco hay nada nuevo bajo el sol. La rueda ya la inventaron otros hace muchos siglos (pensemos en Aristóteles o en Cicerón) y en gran medida quienes enseñamos a hablar en público hacemos poco más que explicar viejas técnicas con ropajes nuevos.
Sí, a la mayoría nos han contado muchas veces en libros o en cursos eso de que «hay que mantener contacto visual», «hay que utilizar bien el énfasis y la entonación para no sonar monótono», y «hay que hacer gestos con las manos, pero sin pasarse».
Todo esto es tan cierto que nos termina resultando obvio, es decir, muy claro y fácil.
Tanto, que no lo ponemos en práctica. Y ahí está el problema.
¿Y por qué no lo ponemos en práctica? En mi opinión, por la falta de motivación. De todas las personas que asisten a un curso de formación o leen un libro sobre oratoria, muy pocas, poquísimas, tienen y sienten una necesidad y una motivación suficientemente intensas como para aprender de una vez por todas. Acaban conociendo «la teoría», sí, pero nunca llegan a adquirir «la práctica».
¿Qué podemos hacer para mejorar esta situación quienes nos dedicamos a la formación?
¿Cómo podemos evitar que nuestras enseñanzas parezcan obviedades?
¿Qué podemos hacer para que no sean consideradas simplezas y, por tanto, sean olvidadas?
¿Conviene adoptar un aire de gravedad y presentar de forma compleja enseñanzas que son esencialmente sencillas?
¿Os animáis a comentar?
DIÁLOGO ABIERTO
¿Te preocupa que tus mensajes puedan parecer obviedades? ¿Qué haces para evitarlo?
[Créditos: Imagen de cabecera diseñada para este artículo con elementos de shutterstock ]
Gracias, Luis Alberto, por abordar el misterio de «lo obvio». ¿Por qué no lo hacemos si es tan obvio? Algún científico quizá sepa darle una explicación más racional, pero creo que muchos de nosotros caemos en olvidar todo aquello que es simple, sencillo, llano. Lo que siempre tenemos delante es lo que antes dejamos de ver. Sabemos que lo más importante de nuestra vida son las personas que queremos, pero nos amargamos el día por cuestiones menores. Y así, tantos y tantos ejemplos…
En el caso de la oratoria, sucede lo mismo. Su esencia es obvia. Sencilla. Simple. Lo complicado (o fácil) es querer hacerlo y llevarlo a la práctica.
Uno puede sentir desazón cuando escucha que lo que enseña es «obvio» y por eso me encanta tu respuesta y reacción.Toca ahora dar el siguiente paso y lograr mover a la acción a esas personas que dicen que los consejos para hablar a los demás son obviedades… pero no terminan de llevarlos a cabo. ¡Mil gracias por tu reflexión!
Muchas gracias a ti, Cristina, por tu comentario, tan acertado como elegantemente escrito. Me alegra que mi texto te haya animado a enviarlo. Nunca caigamos en la desazón, desde luego. Estemos siempre dispuestos a dar el siguiente paso, una y mil veces, tantas como haga falta, y no dejemos de enseñar y recordar el poder de lo sencillo… que no de la simpleza. Un saludo muy cordial.
Bueno, en mi opinión, la gente muchas veces cree que entiende, pero no lo hace. Cree que entiende porque aprecia que una persona habla mejor que otra o lo entretiene más, pero no es capaz de desentrañar la técnica. A todos nos puede gustar un vino o una galleta, y no percibir si este tiene matices a pimiento verde o vainilla, o la otra coco y aceite de oliva, ya mucho menos hacer un vino, o una galleta «profesional». Leer una receta no hace al cocinero o al enólogo.
Otro punto importante para considerar «obvio» algo pero no ponerlo en práctica es que realmente no tienes verdadera necesidad de hacerlo. Llámalo motivación, pero la cruda realidad es que si no tienes la necesidad personal de «perfeccionamiento», si en tu día a día el cambio no es importante, no marca una diferencia de ningún tipo que te afecte realmente, lo habitual es permanecer igual.
Quizás en estos casos el objetivo de un ponente que quiere, no solo enseñar lo obvio, sino que que la gente que lo escucha lo ponga en práctica, es centrar su charla en descubrir ambos aspectos, el de la comprensión genuina y el de la necesidad.
Y muchas gracias por compartir, este artículo y en general toda la información del blog.
Gracias, Juan, por tu nota. Leyéndola he pensado lo siguiente. La mayoría de las personas que asisten a una conferencia o un curso de oratoria son conscientemente incompetentes en el Arte de Presentar. Saben que no lo hacen bien y por eso acuden. Quieren aprender. Si han pagado su propia matrícula en el curso, la motivación es alta. También lo es si la oratoria es una competencia imprescindible en su actividad diaria. Si llegan al curso sin gran implicación o sin haber hecho inversión ninguna, seguramente piensen al final de la jornada que han escuchado obviedades (¡esperemos que interesantes!). Si la motivación es adecuada, habremos conseguido ponerlos en el lugar interior desde el que puedan dar el primer paso hacia la competencia consciente. No creo que este tipo de personas calificase los contenidos expuestos como obviedades. Disculpa la reflexión un tanto enredada y demasiado espontánea 🙂
Espero no enredar. Realmente me parece un tema muy interesante.
Durante un tiempo trabaje en un hospital. Una de las mayores quejas de los médicos, que llamaban eufemísticamente, «adherencia al tratamiento», es que la gente, que iba a ellos para que los curasen, no hacían caso de sus indicaciones o simplemente, las adaptaban y transformaban a su criterio. ¿Qué le pasa a la gente que ni con su salud en juego se «adhiere» a la prescripción médica?(tema de inteligibilidad a parte).
El ser humano es poliédrico, con una racionalidad a veces difícil de diferenciar de la irracionalidad.
Un método médico (no canónico) para aumentar esta adherencia perdida, era la «inundación de terror»… Si, básicamente decir «usted va a morir si no sigue el tratamiento» (u otras variantes terroríficas) Y ya si así no era suficiente, entonces… simplemente se inhibían. Por cierto, aún así, había gente que continuaba sin adherirse (recuerdo un caso especialmente)
Con este rollo quiero decir, que el hecho de pagar y asistir, no significa que estés decidido a actuar, ¡si pasa incluso cuando tu vida está en juego!
No se en qué porcentaje, pero supongo que un alto número de participantes de los cursos no los pagan de su bolsillo, y otros que les gustaría ir, no pueden pagárselos de su bolsillo, con lo cual habrá un cierto sesgo de «conformidad» en los asistentes, gente consciente pero no preocupada, que puede posponer el «estrés» de cambiar su discurso: atreverse con un PPT más espartano, en vez de leerlo, mirar al público, estar de pie en lugar de atrincherado tras la mesa… Ganarte la vida hablando, no siempre requiere hablar bien, solo hay que ver (oír) la televisión. El camino del orador no es tan fácil, y si no tienes interés y/o necesidad real ¿para qué recorrerlo? (aunque parezca, y lo describas, obviamente bonito desde donde estás)
¡Vaya parrafada!
Gracias por tu réplica, Juan. ¡Menuda parrafada, sí! Me quedo con la idea de la «adherencia al tratamiento». La motivación es imprescindible para cualquier emprendimiento que se desarrolle a largo plazo. Un saludo y gracias por enriquecer el blog con comentarios como este.