La reciente entrada de Chema Cepeda (@EPigmalion) sobre la proxemia me ha inspirado este texto, centrado en el Arte de Presentar.
En las relaciones interpersonales es muy importante el manejo de las distancias o territorios de la comunicación. Según la Wikipedia:
“El término proxemia se refiere al empleo y a la percepción que el ser humano hace de su espacio físico, de su intimidad personal; de cómo y con quién lo utiliza.”
Existen cuatro distancias o territorios de la comunicación
Aunque pueden variar de una cultura a otra y de unos individuos a otros, en términos generales estas distancias son:
- Espacio íntimo (entre 15 y 45 centímetros): La reservamos para personas de nuestra máxima confianza: pareja, familia y amigos más íntimos.
- Espacio personal (entre 46 y 120 centímetros): La manejamos en la oficina, reuniones, asambleas, fiestas, conversaciones amistosas o de trabajo. Viene a poseer el radio de nuestro brazo extendido.
- Espacio social (entre 120 y 360 centímetros): La que nos separa de los extraños y de la gente con la que entablamos contacto por primera vez.
- Espacio público (a más de 360 centímetros y no tiene límite): Es la distancia idónea para dirigirse a un grupo de personas: el territorio del orador, utilizado en presentaciones.
La amplitud de estos espacios en nuestras interacciones es un indicativo de nuestro grado de timidez y de la confianza en nosotros mismos. Sentimos un cierto control de las tres primeras distancias, mientras que nos sentimos más inseguros al tratar con el espacio público.
Nuestro cuerpo no debe ser nuestro escudo
Cuando nos enfrentamos a una audiencia nos sentimos inseguros y hasta agredidos por sus miradas. Fíjate que con toda deliberación he usado la micro-metáfora “enfrentarnos”, que ya de por sí identifica las suposiciones o presuposiciones limitantes de quien así se expresa: el público como un enemigo.
¿Cómo superar esa tensión que produce situarse ante una audiencia más allá de nuestro control corporal? Cerrando el territorio de la comunicación: se usan las manos y brazos como un escudo. El orador víctima, por timidez o vergüenza, se coge las manos, cruza los brazos, se toca la cara o barbilla, mete las manos en los bolsillos, mantiene los brazos pegados al cuerpo, agacha la cabeza. El orador inseguro cierra y protege su espacio público. Reduce así su capacidad de actuación. Todos estos comportamientos inconscientes restan fuerza y energía a su presentación.
El orador adulto, con confianza en sí mismo y que valora y estima a su audiencia, adopta en cambio una postura abierta, que invita a compartir y entrar en su espacio público. Esta apertura del espacio público requiere una gran confianza en sí mismo.
No puedes no comunicar
Cuando subes al escenario y antes de que empieces a hablar, tu cuerpo ya está comunicando. Los primeros mensajes los transmites a través del control de tu postura corporal. Concretamente, por la forma como gestionas el territorio público.
Si quieres transmitir firmeza y credibilidad, ¡abre tu espacio público!
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