El pasado 8 de octubre de 2014 participé como ponente en el evento TEDxGranVia, organizado por el infatigable Javier Villarrubia, junto a amigos como Fernando Álvarez y Carlos Salas. Ahora que ya están colgados los vídeos de la jornada, te proporciono en esta entrada el vídeo de mi presentación y la transcripción de mis palabras.

¡Que lo disfrutes!

INTRODUCCIÓN

Esta máscara representa a Medusa: una criatura mitológica capaz de petrificar con su mirada a cualquiera que se le pusiera delante. ¿Te imaginas encontrarte un monstruo así, pero de verdad, en un pasillo oscuro a media noche? Pues mi primer día de clase en el instituto me encontré no solo con una sino con ¡40 Medusas!

Durante toda la EGB fui a colegio de curas. Allí todos los alumnos éramos niños. Y resulta que el primer día de instituto me encuentro con chicas ¡en mi misma clase! Me sentía como en un zoo, pero siendo a la vez el visitante y el animal observado.

Nuestro tutor tuvo la feliz idea de hacernos salir a la pizarra por orden alfabético para presentarnos ante los demás alumnos. Me apellido Álvarez. ¿Adivinas quién fue el primero a quien sacaron?

Aquello fue el infierno. Yo ahí en el centro de atención. Todos los chicos y, lo que es peor, las chicas, observándome, entre curiosos y horrorizados por la perspectiva de tener que salir ellos luego.

El profesor me pidió que contase algo sobre mí mismo. ¿Qué iba yo a contar a esas 40 Medusas terroríficas con sus ojos clavados en mí? Me quedé petrificado.

El profesor me rescató haciéndome algunas preguntas triviales: que si cómo te llamas, dónde vives, qué deporte te gusta. Poco a poco me arrancó con sacacorchos algunas respuestas. Después de lo que me parecieron mil años de interrogatorio, puso fin al suplicio y pude escabullirme hasta mi asiento, rojo de vergüenza.

¿Quién no ha sentido este miedo a hablar en público en alguna ocasión? ¿Quién no se ha quedado petrificado por Medusa delante de una audiencia?

En esta charla compartiré contigo la clave que me ayudó a liberarme de Medusa al hablar en público. Explicaré que hay dos tipos de miedo, uno tóxico y otro sano, y cómo pasar de uno a otro. Pon en práctica el cambio que te propongo y podrás hablar sin temor ante cualquier audiencia. Irás del miedo escénico al gozo escénico en un solo paso.

PARTE I: FOBOS

Durante muchos años, cada vez que me pedían hacer una presentación, ¿sabes cómo pasaba los días previos? Dándole vueltas a mis temores:

¿Haré el ridículo?

¿Me pondrán en evidencia con preguntas difíciles?

¿Me quedaré en blanco?

¿Se me olvidará algún detalle importante?

¿Estaré a la altura?

¿Lo haré mejor que fulanito o menganito?

¿Me contratarán a mí?

Fíjate bien. ¿Dónde está puesto el foco en todos los pensamientos? Yo, yo, yo. ¿Te das cuenta? Sólo pensaba en mí mismo. Cuantas más vueltas daba a la presentación, más nervioso me ponía. A veces no podía ni pegar ojo la víspera. Para pasar el mal trago, la única estrategia que se me ocurría era acudir con PowerPoints llenos de texto y gráficos, que usaba como un escudo protector. ¿Qué era para mí la audiencia? Una Medusa aterrorizadora o un rival a batir.

Los griegos llamaban FOBOS a este miedo tóxico, irracional, que paraliza o empuja a la huida. Ante una futura intervención en público, FOBOS, el miedo patológico, te inmoviliza. En lugar de aprovechar tu tiempo y energías para investigar a la audiencia, para acumular un buen material que le resulte útil, para crear una presentación de gran valor para ella, pasas las horas previas dándole vueltas a tus temores. Sólo piensas en ti mismo.

Pero si sólo te preocupas por ti, ¿qué hay de la audiencia? Tus presentaciones serán un sufrimiento inútil para todos. No aportarán ningún valor a nadie.

Por fortuna, todo cambió para mí durante una estancia de doctorado. Cambridge, verano de 1998. Allí era costumbre que el estudiante que visitaba el centro presentase sus investigaciones. Cuando me dijeron que tenía que hacer una presentación, me entró el pánico: me preocupaba mi inglés cochambroso, causar una buena imagen ante los investigadores, deslumbrarlos con la calidad de nuestros resultados. ¿Qué crees que hice yo? Pues llenar docenas de diapositivas de PowerPoint con listas y listas de viñetas, intercalando montañas de ecuaciones y gráficos.

Por suerte, antes de exponer mi tema ante todo el departamento, hice un ensayo con el director. Apenas llevaba dos minutos de presentación leyendo diapositiva tras diapositiva, cuando el profesor me interrumpió:

“Dime, Gonzalo, esas diapositivas para quién son: ¿para ti o para la audiencia?”.

Si ahora piensas en tus propias presentaciones, ¿qué respuesta darías?

Aquella pregunta me ayudó a comprender que una vez más había estado haciendo todo mi trabajo pensando solamente en mí. Toda mi preocupación en los días anteriores se centró en mi propio ego: yo, yo, yo. Impresionar, deslumbrar, arrasar. Ni se me había pasado por la imaginación pensar en la audiencia.

Desde ese día comenzó a cambiar mi forma de mirar las presentaciones. Dejé de ver a la audiencia como una Medusa terrorífica o, peor aún, como un enemigo a batir. Comprendí que la metáfora que usas para referirte a las presentaciones determina el tipo de presentaciones que haces.

Y ese día mi metáfora cambió. Verás cómo.

PARTE II: EL VIAJE

Hace algunos años, después de dar una charla, se me acercó un asistente y me dijo:

“Gonzalo, he escrito un libro sobre marketing y he dedicado un capítulo a cómo hablar en público. ¿Podrías leerte este capítulo y mandarme tus comentarios?”.

“Claro, envíamelo y lo leeré con mucho gusto”.

Me llegó el capítulo. Lo había titulado “Enfrentarse a la audiencia” y comenzaba con la siguiente comparación:

“Desde los antiguos gladiadores que llenaban el circo de sangre, hasta los más sofisticados de nuestros conferenciantes actuales, la experiencia al enfrentarte a una audiencia es la misma.”

Por favor, cierra los ojos. ¿Qué te viene a la mente cuando pronuncio la palabra

GLADIADOR

Abre los ojos. Levanta la mano si ha acudido a tu mente alguna de estas imágenes:

SANGRE, ARMAS, CADÁVERES

¿Te das cuenta de la metáfora subyacente? Se trata de un marco mental de confrontación, lucha y oposición. La audiencia es un enemigo feroz contra el que combatir a brazo partido.

Si arrancas desde esta metáfora inconsciente, “una presentación es un combate”, ¿cómo será tu experiencia al presentar?

Buscarás demostrar tu superioridad, no mostrar la más mínima debilidad, triunfar pisoteando el cadáver mutilado del otro. O te quedarás paralizado por el temor de que eso mismo te pase a ti. Matar o morir. No hay otra opción.

¿Y cuál será el resultado de abrazar esta metáfora? Presentaciones tensas, con los nervios a flor de piel, no conectarás con la audiencia. Las “presentaciones como combates” serán un fracaso aunque ganes la discusión porque sólo pensarás en salir victorioso, no en ayudar a la audiencia.

Mi metáfora ahora es completamente diferente. Por favor, cierra de nuevo los ojos. Déjate llevar por las imágenes que surgen en tu mente cuando pronuncio la palabra

VIAJE

Abre los ojos. Levanta la mano si ha acudido a tu mente alguna imagen como:

PLAYA, JUEGOS, RISAS

Si partes de la metáfora “una presentación es un viaje”, ésas serán las imágenes que te acompañen cuando acudas a la presentación.

Cambia la metáfora y cambiarás tu forma de ver el mundo.

Para mí una presentación es un viaje intelectual y emocional. Tú eres el guía, el encargado de llevar a la audiencia desde el punto de partida hasta su destino. En toda presentación, la audiencia acude siempre con una pregunta, con una necesidad, con un problema, con un objetivo. Tu misión como ponente es ayudarle a dar respuesta a la pregunta, a satisfacer la necesidad, a solucionar el problema, a cumplir sus objetivos.

El punto de partida del viaje es una situación de curiosidad, duda, pasividad.

Tu misión como ponente es llevar a la audiencia hasta un destino de conocimiento, certeza, acción.

Guías a tu audiencia en un viaje, en una aventura de cambio de sus ideas, emociones o acciones. Cuando comprendes que tú no eres el centro de la presentación y pones a la audiencia en el centro, verás cómo desaparece el miedo tóxico.

¿Significa eso que ya nunca más sentirás miedo? ¡No!

Siempre habrá miedo, pero será un miedo completamente distinto al anterior. Porque no todos los miedos son iguales.

PARTE III: DEOS

¿Crees que el miedo es siempre malo?

¡Claro que no! El miedo existe por una razón de supervivencia. ¿Qué es el miedo? Es un maravilloso sistema de alarma para avisar de un peligro con el fin de poder enfrentarlo mejor: ves una serpiente en el suelo y te alejas de un salto; ves un león entre la maleza y trepas a un árbol; llegas a un precipicio y te paras en seco. Sin miedo no podrías sobrevivir. Sin miedo, no reaccionarías ante la serpiente, ante el león o ante el precipicio. Morirías rápidamente.

Los griegos llamaban a este miedo útil DEOS: el miedo sano, racional, reflexivo. El miedo que nos ayuda a analizar el peligro y prepararnos para la acción. El miedo que sienten los practicantes de deportes de riesgo cuando se preparan para la acción.

Este casco ilustra para mí lo que es DEOS. Yo soy aficionado a la escalada. Sé que puedo caerme. Es más, sé que me voy a caer. En lugar de quedarme en casa, me preparo para el peligro: me entreno en un rocódromo, me equipo convenientemente cuando salgo a la roca y tomo muchas precauciones. Como ponente, también me preparo, me informo, practico, para dar lo mejor de mí mismo en cada presentación.

Muchos me preguntan: ¿y no sientes miedo en la pared? ¡Desde luego que sí!

Si no sintiera ni el más mínimo miedo, subiría por la pared sin haberme preparado, sin haber estudiado la ruta, sin equipo apropiado.

Y la historia acabaría mal. Tan mal, como podría haber acabado la siguiente historia.

En el año 2006 subí con mi mujer y con otro amigo al Mont-Blanc, la cumbre más alta de Europa. La ruta que elegimos cruza un estrecho corredor de 30 metros llamado “La Bolera”, porque tú eres el bolo que debe esquivar las piedras que caen.

Esta es la bolera en un día malo. No todos los días son así de malos, pero sí todos los días caen piedras.

Aquel día llegamos al paso. Primero lo crucé yo. Volaron un par de piedras, lejos de mí, sin problemas. A continuación comenzó a cruzarlo mi mujer. Cuando iba por la mitad, varias piedras cayeron a su alrededor. Bloqueada por el miedo se sentó sobre una gran roca. Más y más piedras caían silbando a los lados. Mi amigo y yo le gritábamos para que se pusiera en marcha.

“¡¡¡Corre!!! ¡¡¡Corre!!!”

Ella, paralizada de terror, no hacía nada. Sin pensarlo dos veces, ignorando el peligro, sólo pensando en sacarla de allí, retrocedí hasta donde se encontraba, tiré de su mano y la arranqué de la roca. Como en las películas, un instante después una piedra del tamaño de una pelota de tenis se estrelló sobre la roca en la que ella había estado sentada unos segundos antes. Tirando de ella y corriendo a toda la velocidad que permitían nuestros crampones y piolets, conseguimos salir del paso y ponernos a resguardo de las piedras.

Cuando te olvidas de ti mismo y todo tu pensamiento se centra en el otro, ya no hay miedo.

Cuando llevas a tu audiencia en un viaje de cambio, si dejas de pensar en cómo lo harás y sólo te preocupas de cómo ayudar a la audiencia a alcanzar sus objetivos, desaparecerá todo miedo. La audiencia deja de ser aterradora. Ya no ves en ella a Medusa. Ya no ves al enemigo. Ves personas como tú, con sus inquietudes, sus miedos y sus sueños. Personas a las que con tu presentación puedes ofrecerles un regalo capaz de cambiar sus vidas para bien.

Ahora en lugar de miedo sentirás la satisfacción, el gozo de poder aportarle valor. Te harás preguntas totalmente diferentes antes de una nueva presentación:

¿Qué necesitan?

¿Me están siguiendo?

¿Estoy resolviendo su problema?

¿Cómo puedo ayudarlos mejor?

¿Les aportará valor mi presentación?

Sigues sintiendo miedo, sí, pero se trata de DEOS, el miedo sano. Si no sintieras ni un poquito de miedo, no te prepararías, no indagarías en las necesidades de la audiencia, difícilmente llegarías a aportarle valor.

EPÍLOGO

Cuando comprendes que posees la oportunidad de ser generoso, de instruir, de liderar, dejas atrás tus dudas y temores y cuentas la verdad que la audiencia necesita escuchar. Tu miedo palidece cuando resuelves la necesidad de la audiencia, como cuando te lanzas a salvar a una persona de morir aplastada por las piedras en la bolera del Mont Blanc. DEOS triunfa, FOBOS retrocede.

Tú también puedes dejar atrás el miedo tóxico, puedes liberarte de la tiranía de Medusa. Sólo tienes que cambiar tu vieja metáfora.

Aleja el foco de ti mismo y céntralo en la audiencia y entonces hablarás en público sin temor.

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DIÁLOGO ABIERTO

¿Qué has hecho para superar tu miedo a hablar en público?