A fuerza de ayudar a profesionales de todos los sectores a mejorar la forma en que comunican sus ideas, he ido detectando ciertos puntos débiles comunes a la manera en que todos suelen presentar. Me refiero a esa clase de hábitos que, siguiendo un buen método y con perseverancia, los participantes de nuestros cursos de comunicación consiguen mejorar.

Cada vez que trabajo con un grupo de profesionales observo la misma transformación. Es parecida a la que se ve en esos anuncios de dietas milagrosas o programas de ejercicio que, en tantas revistas, muestran las fotos del «antes» y del «después» de los cuerpos de supuestos clientes satisfechos. A primera hora de la mañana, nada más empezar el curso, las presentaciones son planas y monótonas, tanto en su exposición como en su contenido. No enganchan. Cada uno de los presentadores da paso por turno al siguiente compañero sin haber resultado más memorable que los precedentes o los siguientes.

Al cabo de una jornada de trabajo con el método de El Arte de Presentar se opera una transformación tan total y sorprendente que, reducida a su mínima expresión, yo explicaría de la siguiente manera.

1. Cambio de actitud

Para mí, esta es la enseñanza clave del método. Los participantes se dan cuenta de que «deben cambiar el chip», como decimos en España. Deben de dejar de considerarse meros «explicadores» de documentos y verse como comunicadores. «Catalizadores del cambio en sus audiencias», como nos gusta decir. Para muchos profesionales, presentar consiste en pasar diapositivas y explicar «por encima» a qué se refiere el texto, el gráfico o la tabla que se proyecta en la pantalla. De ahí que en El Arte de Presentar sostengamos que «todo presentador que pueda ser sustituido por un PowerPoint merece serlo». El profesional «florece» cuando eleva la percepción de sí mismo como comunicador y se atreve a otorgar a las diapositivas de PowerPoint el carácter secundario y accesorio que realmente tienen.

2. Comienzo y final

Raramente veo una presentación cuyos comienzo y final no sean improvisados. De ahí que, por lo general, todas las presentaciones comiencen flojas y terminen más flojas aún. La solución no puede ser más sencilla: preparar un comienzo y un final. Y ensayarlos, claro. Con eso basta. Pocas veces algo tan sencillo produce mejoras tan evidentes. Para explicarlo, suelo compararlo con los regalos que hacemos a quienes queremos. Si es el cumpleaños de mi madre y le he comprado su perfume favorito, no sacaré el frasco del bolsillo de mi chaqueta, lo plantaré sobre la mesa delante de ella y le diré «Ahí tienes, mamá, el perfume que te gusta», ¿verdad? Para reforzar la sorpresa, lo envolveré con papel de regalo bonito o lo guardaré en una caja de cartón elegante. En ocasiones, dentro de la caja incluiré también una tarjetita con un mensaje cariñoso. Arroparé el frasco de perfume, por así decirlo, con una sorpresa inicial y con un detallito final que lo realzarán. Hagamos lo mismo con nuestras presentaciones. Insertemos nuestros mensajes dentro de la estructura más básica que existe: inicio, desarrollo, final.

3. Hablar de cara a la audiencia

La mirada del público nos incomoda porque nos hace sentir expuestos. Mirar nuestras notas, girar nuestro cuerpo hacia la pantalla o enfrascarnos en nuestra computadora nos permite abstraernos y sentirnos como si los demás no estuviesen ahí. ¿A qué precio, no obstante? Lo primero que perdemos al actuar así es el preciado contacto visual con nuestra audiencia. Un contacto visual que, bien mantenido, nos dará esa imagen de confianza y naturalidad que admiramos en otros. Debes establecer y mantener el contacto visual con tu audiencia. La buena noticia es que PowerPoint te lo pone muy fácil. Aprende a usar la vista del moderador. Olvídate de girar tu cuerpo hacia la pantalla y atrévete a mirar a tus espectadores a la cara.

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¿Usas habitualmente la vista del moderador en PowerPoint? ¿Qué te parece?