Participando hace poco en un curso de verano para universitarios, pude ver a varios profesores «en acción». No había dos iguales y cada uno tenía un estilo personal. Al final de cada sesión, se pedía a los alumnos que los calificasen según una lista de criterios. Como era de esperar, no todos recibieron la misma nota. Hoy quiero reflexionar acerca de las cualidades que demostraron los que obtuvieron las calificaciones más altas.

LOS BUENOS PROFESORES DEMUESTRAN SENTIDO DEL RITMO ESCÉNICO

No sé cómo explicarlo mejor, pero me estoy refiriendo a eso que habitualmente queremos decir cuando describimos a alguien como «muy dinámico». Estos profesores no son aburridos. A lo largo de sus clases suceden cosas continuamente: preguntas, bromas, ideas potentes, silencios, ejercicios… Como decimos en nuestros cursos, la variedad es la madre de la amenidad.

LLENAN EL ESCENARIO Y TRANSMITEN DOMINIO DE LA SITUACIÓN

Tienen eso que se conoce como «presencia escénica». Ya sea sobre una tarima o al mismo nivel que los alumnos, ocupan su escenario (y no es incorrecto llamarlo así, puesto que se trata de su espacio de actuación). Lejos de permanecer en un rincón mientras ceden todo el protagonismo a la pantalla y a sus diapositivas de PowerPoint, adoptan una postura expansiva que les hace crecer —y no estoy usando el verbo en sentido figurado— delante de su audiencia. Erguidos sin parecer tiesos, moviendo los brazos amplia y libremente, desplazándose a capricho por la escena. Su figura resulta magnética e interesante, es decir, atrayente.

ADAPTAN SU CONTENIDO AL NIVEL DE SU AUDIENCIA

El buen profesor es consciente de que debe conectar con los alumnos desde el primer momento si quiere que lo acompañen a lo largo de toda la clase. Dicha conexión debe establecerse también en el plano intelectual desde el principio. ¿Cómo se consigue? Identificando correctamente el nivel de conocimiento que poseen los alumnos, estableciéndolo como punto de partida, y construyendo el nuevo conocimiento a partir de él. ¿Cuántos expertos y eminentes especialistas resultan tremendamente aburridos porque no son incapaces de descender de la complejidad en la que se sienten cómodos hasta el nivel en que pueden encontrarse con su público? Este fenómeno, letal para la comunicación, se conoce como «la maldición del conocimiento», y los grandes divulgadores conocen muy bien cómo esquivarlo.

INVOLUCRAN A SU AUDIENCIA EN TODO MOMENTO

Los buenos profesores hacen que sus alumnos participen continuamente, tanto de forma activa como pasiva. Me explico. Los alumnos participarán de forma activa, por ejemplo, cuando se los invite a responder preguntas, a trabajar en parejas, a expresar sus opiniones, a resolver un problema en el estrado. Lo harán de forma pasiva cuando, desde su sitio, reaccionen naturalmente a lo que explica el profesor, ya sea con risas, con escepticismo, con protestas, con confusión, con entusiasmo, con sorpresa, con intriga… Aunque fomentar la participación de la audiencia es un ingrediente del éxito en la comunicación, conviene que recordemos siempre a aquellos profesores —y todos conocemos alguno— cuyas clases magistrales nos fascinaron por más que sólo fuesen ellos los que hablasen todo el tiempo.

COMPRENDEN QUE «MENOS ES MÁS»

Los profesores que mejor comunican saben que lo más eficaz es explicar clara y exhaustivamente pocas ideas en lugar de apresurarse para abarcar toda la materia posible. Limitar el contenido de cada clase a unas pocas ideas permite explicarlas despacio, avanzar poco a poco, responder a las dudas que surjan, y hacer ejercicios que impliquen a los participantes en la adquisición del conocimiento, con las ventajas que eso reporta.

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DIÁLOGO ABIERTO

¿Cuáles fueron las cualidades de los profesores que mejor te enseñaron?